Las ballenas, a pesar de ser mamíferos, tienen un sistema de lactancia muy distinto al de los animales terrestres. En lugar de succionar directamente del pezón de la madre, las crías reciben la leche en el agua de una forma sorprendente.
La hembra expulsa su leche mientras la cría se encuentra cerca, lo que podría parecer un desafío en el océano. Sin embargo, la naturaleza ha resuelto este problema con una adaptación fascinante: la leche de ballena es extremadamente espesa y pegajosa, con un contenido de grasa del 50%. Gracias a esta composición, el líquido no se disuelve rápidamente en el agua, permitiendo que la cría lo tome sin dificultad.
Este mecanismo garantiza que las pequeñas ballenas reciban el alimento esencial para su crecimiento, en un proceso de cría perfectamente adaptado a la vida marina.
